jueves, 16 de agosto de 2007

"Cazando cucarachas"(Capítulo de Pasillos de mi memoria ajena)

Mario Morenza



Marco, el enano, había sido muchas cosas. Pero nunca antes había sido viejo. Desde hace algunas semanas comenzaba en esa actividad. Los meniscos, las articulaciones, su anatomía (o su enanotomía como le dijo Alina cuando le ganó cazando cucarachas), los pensamientos y las palabras, necesitaban que les untasen aceite 3 en 1 para que todo agilizara en él. Cuando a Marco le llamaron por primera vez liliputiense, pensó que le decían además de enano, puto. La rebuscada palabra se convirtió en un segundo nombre indeseable. El adjetivo enano pasó a piropo requerido. Marco fue muchas cosas. Sus trabajos transitaban en la autopista de lo bizarro. Sus oficios, al contrario de sus necesidades motoras y mentales, siempre estuvieron embadurnados con aceites fangosos. Marco leyó cartas del Tarot en Sabana Grande. Marco lavó y cuidó vehículos. Marco fue correveidile. Marco traficó mercancía por dos semanas y media en 1992. Marco lavó y cuidó animales en el zoológico El Pinar. Marco fue, a finales de su adolescencia, cuando aparentaba tener 35 años, artista o, mejor dicho, payaso enano de circo hasta que apareció Patricia.

Patricia era una leona africana que amenazó con arrancarle la cabeza cuando fueron presentados. A la mitad del elenco circense le arrancó protagonismo. Marco, a la semana, protegiendo su futuro y el de muchos, le dio a Patricia una doble ración de sopa de garbanzos con legumbres y apio, aderezada con vidrios molidos. Cuando el rating se cuantificaba por aplausos, comprendió que su perfomance y el de muchos habían perdido popularidad al lado de “La Leona Patricia, la Muerte Felina”, como la publicitaban.

A las tres de la tarde, la alta jerarquía del Circo llamaba a la sociedad protectora de animales y a una funeraria. Rubén, el acróbata del trapecio, en su último acto de riesgo y habilidad, le arrebató uno de los platos a Patricia. La oscuridad de la madrugada y el vertiginoso apetito de la bestia conspiraron para que Patricia no prestara mucha atención a los malabares de Rubén. Esto destrozó a Marco, que nunca imaginó tal proeza de alguno de sus compañeros. Sentía la conciencia reventada, caída desde la altura del trapecio de su amigo. Cuando ya Marco tenía un pie fuera de la arena circense, se ventilaba un suicidio premeditado y un asesinato con alevosía a “La muerte felina y africanizada”, pues se trataba de un Bauth, fiera originaria del sureste de los Estados Unidos, donde se encuentran en cautiverio alrededor de quinientas especies en el centro biológico y veterinario Pellucidar Burroughs. Fue así el parte médico con respecto a la raza oficial de la “leona”, lo que hizo meter al dueño del circo en un problema que saldó con una buena suma de dinero. Unos seis años después, el liliputiense estaría implicado, pero, en este caso, dentro de la Ley: sirvió de espía –decía, confesaba, aunque en realidad fue de soplón– para un desaparecido cuerpo policial. Con los datos que suministró desmantelaron tres prostíbulos, y asesinaron como a nueve mujeres de la mala vida con previa violación colectiva, y en algunos casos específicos: post mortem. Una de ellas, Rosaura, era su amiga. Su mejor amiga. Aunque el adjetivo de mejor y el de amiga, fueron aplicados póstumamente a esa fotografía mental cuando pensamos en alguien. Su mejor amiga, tenía otra mejor amiga, una chica de unos 18 años para aquel entonces: Alina. Alina contactó a Marco para darle algo que Rosaura le iba a regalar por su cumpleaños y que ella le había ayudado a elegir. Un remordimiento trepó desde las trenzas de sus zapatos hasta esa cámara de paredes endebles, de herrumbres retorcidas y astilladas que era su conciencia. Una vez más acababa indirectamente con la vida de alguien cercano.

Alina y Marco fueron a una tasca. Hablaron de sus vidas. La conversación pudo catalogarse de una autobiografía oral por rounds. En uno le tocaba a Marco hablar de la suya y a Alina preguntar y a hacer conexiones del tipo: yo tal vez me leí las cartas contigo cuando acompañaba a un Ministro extranjero o yo visité ese circo, mi tío Alberto me llevó, pero no recuerdo haber visto enanos. Y al siguiente round, Alina hablaba. Marco asentía, y no por falta de conexiones. Tal vez tenía una: Rosaura. Pero ésta, cada vez que se presentaba la oportunidad de encajarla en el monólogo de Alina, su conciencia se desplomaba de nuevo. Prefería callar. Finalmente, Alina dijo: Vámonos. Y Marco: ¿Pues, adónde? Alina: Tengo un cólico frenético y creo que he bebido mucho por hoy. Marco: Pues tendrás que hacer una dieta gastrinómica. Ambos fueron a un Hotel. Alina conocía al dueño. Le saludó con desparpajo, le restregó caderas y bustos. Le pidió unas seis cervezas o vino o vicerveza, para ella y su pequeño nuevo amigo. Le guiñó el ojo, para contener cualquier alud de celos. Estuvieron despiertos la misma cantidad de horas que las estrellas del Hotel: dos. Jugaron a matar cucarachas. Ganó Alina por razones obvias: había más alimañas detrás de los espejos que debajo de la cama.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy relato, mario, o muy buen fragmento de tu libro. Tengo que leerlo en cuanto salga. Un abrazo. Nos vemos en el ling nam apenas vuelva de mis vacations¡¡¡