jueves, 16 de agosto de 2007

Cirque du Tucupite

María Dolores Torres



-¿Y tú? Sí, tú… tú… ¿cómo te llamas?

-¿Yo? ¿Es conmigo?

-No huevón, con la silla vacía que tienes al lado.

-Perdón, no sabía. Me llamo Pedro, pero mi nombre artístico es Yan Clod. Se escribe así… -dice, mientras le entrega un papelito arrugado en el que se leen unas letras infantiloides: Jean Claude.

- ¿Quién te puso ese nombre tan ridículo?

-Mi madre, señor. Me lo puso cuando me vio bailando por primera vez frente a un espejo. Decía ella que todos los buenos bailarines tienen nombre francés. No sé por qué.

-¿Y qué número tienes preparado para mostrarnos hoy? Porque si es ballet, te vas a un teatro. Esto es un circo, mijo, un circo de verdad y tú ni eres enano, ni tienes pelos en todo el cuerpo, ni tienes pinta de domador de leones.

-¿Este circo tiene leones? Nunca he visto leones en Tucupita.

-Deja la preguntadera, Yan lo que sea. A ver, párate ahí y empieza que estamos apurados.

Pedro ¨Yan Clod¨, había nacido en el Delta diecinueve años atrás. Su padre, un cura francés enviado desde París para catequizar a los indígenas de la zona, le había enseñado a su madre mucho más que rezar el rosario. Ella quedó con la barriga y sin santo a quién reclamarle cuando el francés se largó a los pocos días de haber llegado, en cuanto le dio la primera diarrea. Marlinda, la madre de Yan, trabajaba como maestra en la escuelita donde fue a aterrizar el bendito cura y por ser maestra había leído de bailarines y de Francia. Hasta allí llegaba su conocimiento sobre cultura universal.

A Pedro le gustaba bailar desde pequeño. Aprendió mirando a Yolanda Moreno en televisión y con frecuencia practicaba frente al único espejo del pueblo, el de la Guacha, la vecina y amiga prostituta de su madre.

Cuando vio en la Plaza Bolívar de Tucupita el anunció del Cirque du Tucupite buscando estrellas, decidió presentarse a ver si sacaba provecho de su talento y de su nombre francés para poder ayudar a su vieja que ya estaba medio jodida para trabajar.

……..


Galindez y Jiménez eran dos cabos que habían terminado su servicio militar antes de tiempo al sufrir lesiones en prácticas de combate con equipos defectuosos. Estacionados en la región del Delta decidieron montar un negocio con una platica que les entró del retiro prematuro.

-Coño hermano, en este país lo que hace falta es diversión pa la familia. –dijo eufórico Galindez una noche de birras. ¿Qué tal si montamos un circo? Bichos raros sobran en este país. Le ponemos un nombre así bien de circo famoso, compramos unos containers, les abrimos ventanas, los pintamos de colores, y listo chamo, a recorrer el país cobrando churupos en cada pueblo.

-Dalo por hecho, hermano querido –contestó Jiménez chocando la botella de Polar Ice con su nuevo socio.

Yuraimi, la mujer de Galindez, diseñó unas pancarticas para pegarlas por la ciudad en busca de talentos. El día pautado para el “casting” había llegado y los empresarios tenían una cola de gente y animales que daba la vuelta a la cuadra y mucho más. Hombres, mujeres, niños, ancianos, cocodrilos, tortugas, toninas, y hasta una mata de palmito que hablaba.

-Un exitazo que va a ser este circo mi amor –dijo Yuraimi al asomarse a la puerta y ver la cola que seguía creciendo. Creo que es mejor que empiecen con las entrevistas a ver si podemos arrancar pronto con la función inaugural.


……..


Pedro Yan Clod se presentó a la hora exacta, vestido con un liquiliqui rojo que le había hecho la Guacha y una cajita de madera pulida, bien cerrada. En la fila, delante y detrás de él, había cientos de personas y animales de diversos aspectos que producían diversas sensaciones, afectos, sonidos y hedores. Esperó pacientemente su turno bajo el sol inclemente de la calle hasta que lo hicieron pasar al salón del Laredo Grill donde Galíndez, Jiménez y Yuraimi estaban sentados detrás de una mesa a lo Latin American Idol, entrevistando a los postulantes y evaluando su potencial circense.

Tras responder su nombre, Yan Clod colocó la pequeña cajita de madera sobre un taburete alto y la destapó. Los empresarios no podían ver el contenido de la caja desde donde estaban y esperaban impacientes a ver de qué trataba el numerito del bailarín. Seguidamente, Yan pidió a los músicos que interpretaran un joropo y, al son del arpa, el cuatro y las maracas, comenzó un zapatíao intenso alrededor del taburete donde estaba la cajita.

Los jueces se miraron las caras un tanto confundidos con expresión de qué coño está haciendo este carajo y qué tiene esto de número de circo. En ese momento, Galíndez se dio cuenta de que algo faltaba. Era el arpa. Bueno, no el arpa, el arpa estaba allí, lo que faltaba era su sonido. A pesar de que el músico seguía tocando, las notas de las cuerdas no se escuchaban. Cuando estuvo a punto de comentarlo con sus socios, desapareció también el sonido del cuatro. Para el momento en que Jiménez y Yuraimi se habían percatado del fenómeno, dejaron de sonar las maracas que seguían moviéndose en las manos del maraquista. Yan Clod seguía su zapatíao alrededor del taburete, como si todavía escuchara la música, mirando fijamente la cajita de madera.

Los socios, emocionados, comenzaron a aplaudir. Un aplauso sin sonido. Cuando intentaron hablar, nada salió de sus bocas. Yan Clod paró el baile, tapó la cajita, hizo una reverencia a los tres jueces mientras sonreía diabólicamente y, dando media vuelta, desapareció dejando a toda Tucupita flotando en un silencio mortal.


………


Semanas después la CIA intentó ponerse en contacto con Yan Clod para contratarlo, pero sus llamadas fueron inútiles. Nadie escuchó el timbre del teléfono en su casa de Tucupita para decirles que Yan Clod ya no vivía allí, que se había ido con su cajita para otra parte.

3 comentarios:

carloszerpa dijo...

bien
Maria Dolores
muy buena tu historia
de verdad me ha gustado mucho
cz

Crismar dijo...

Muy bueno este relato... así que tu eres parte de este espectáculo de los Hermanos Chang...

SERGIO MÁRQUEZ dijo...

Se fue con su música para otra parte. Una belleza.