jueves, 16 de agosto de 2007

Tres formas de caer cuando se pierde el equilibrio

Por: Humberto Valdivieso
Imágenes: muro “grafiteado” en Chacao


Primera caída: te perdí

En el aire, seguro de haber dejado atrás la línea que cruza el escenario a 20 metros de altura, recordé la expresión de tus labios al reír y entendí que eras mi lugar más seguro; la parte del laberinto donde estaba la salida, la única posible entre todas aquellas que soñamos en los días más fríos. No importa si los espectadores gritan abajo esperando que mi mano no llegué al columpio y siga volando hasta sus asientos, si los leones danzan alrededor de tu cuerpo o si una lluvia de balas cierra el circo para siempre. Los más viejos, el gigante y esa que todas las mañanas lava las escamas de su cuerpo, dicen que somos fantasmas. El charro de las tres pistolas con su rostro de calavera y sus balas de dudas y lágrimas insiste que hay una versión escondida en Internet donde lo afirman con pruebas irrefutables. He llegado a creer que es cierto. Lo intuyo cuando el algodón de azúcar escapa de los labios de las adolescentes y atraviesa mi piel, cuando el capitán prende el fonógrafo que sus antepasados jamás le heredaron y las veces que hemos huido de los pueblos coléricos que tomaron el remedio para la calvicie del doctor Chang. Sin embargo, esa sensación crece mientras sustituyo mis palabras por tres puntos suspensivos, cuando vuelvo a experimentar esa temperatura helada a un lado del parque y en el recuerdo de unas palabras torpes, de una mano que recorre un rostro blanco apenas iluminado, de unos faros que van y vienen de vez en cuando, de miradas que atraviesan miradas y de aquel verano donde, obligados, dijimos adiós.



Segunda caída: me perdiste

Inclinado sobre el único lugar donde el azar puede más que un juego de naipes, entre compañeros de carpa, comencé a pintar un mapa de los lugares donde no debía estar. Mi mano, siempre segura, era precedida por un tatuaje en el antebrazo. En él se leía la palabra amor. Yo era el mismo parlanchín de los ojos profundos, del pantalón blanco, las botas puntiagudas, suéter negro, pelo largo y barba afilada que gritaba todas las noches las maravillas que éramos capaces de hacer. Pero esta vez mis palabras no hablaban sobre círculos de fuego, narices rojas, barbas femeninas, patadas en el trasero, dientes felinos o tutús voladores. Mi mapa era la historia de todas aquellas cosas que volvería a padecer por verte aferrada a mis deseos y de esas que evitaría por temor a que me dejaran lejos de ti. Pensé hacerlo lineal imitando el fuego que sale disparado de la boca del enano. Luego imaginé un texto circular, que diera vueltas una y otra vez sobre la misma idea, donde las palabras temblaran por la violencia de los espacios blancos habrían de caer como cuchillos entre ellas. Tuve la rencorosa idea de una frase que vuela como bala de cañón sobre todas las metáforas o de una sentencia que, semejante al látigo del domador, martirizara cada una de las palabras que no me he atrevido a decir. Descarté una a una las opciones. No pude avanzar ni retroceder, no conseguí pasar de una T huérfana de contexto. Cuando todas las carrosas y camiones salieron de la ciudad yo estaba lejos, en el mismo lugar, con la luna azul de fondo, sentado sobre mis palabras, con un espray en la mano viendo el fondo blanco de todo lo que no pude decir para que no te fueras.


Tercera caída: ¿cómo nos encontramos después de haber caído?

Soy un sol oscuro en una ventana. Mi único fin es observar la luna. Las artes agoreras de las dos hijas del doctor Chang abrieron ese vano a un lado de mi carpa. Ellas no creen en la espera y sin embargo hacen el amor con cada hombre que puede ser una posibilidad para huir de los sueños alquímicos del padre. Sus magias blancas, negras, hipnóticas y eróticas sostuvieron mi ánimo atrapado en un extraño juego de memoria. Aún así no abandoné la ventana que ahora era mi lugar de trabajo y, si no lograba mi cometido, el de mi desaparición. Desde ahí pensé en todas las soluciones. Hora tras hora fui descartando opciones incorrectas: bibliotecas virtuales, enfermos paseos por Google buscando su nombre, salas de chat donde no puedo tocar la punta de sus dedos, canciones de Radiohead encerradas en ipod, videos en Youtube donde no aparece la expresión de sus labios al reír y todo aquello que jamás sustituiría nuestros cuerpos fantasmales, nuestras miradas que buscan miradas, el frío de los parques y los puntos suspensivos. Cuando no quedaba nada apareció frente a mí la clave. Siempre estuvo en el circo, en esa arena rodeada de sillas que era un laberinto y en las carpas que constituían nuestro universo. Lo supe al ver a mis compañeros caminar seguros por el patio a la hora de la función. Hallé en ese instante la respuesta de por qué unos tenían piernas largas, narices rojas y látigos perversos; otros cola de langosta, tetas y barba, piel de camello y casco de bala de cañón; y unos más cuchillos afilados, pistolas falsas, bebidas mentirosas y juegos de palabras. Nada estaba lejos para ellos, nunca tuvieron que decir adiós, iban y venían a su antojo usando sus prodigios entre los incautos habitantes de la tierra. Fue, entonces, en ese instante, desde mi ventana, cuando sentí que los brazos —esos usados para perseguir columpios en el aire— eran tentáculos. De inmediato los extendí y fueron del tamaño del mundo; alcanzaron todos los rincones, viajaron por los nueve planetas del sistema solar, cayeron bajo el agua, subieron montañas, dejaron atrás indivisibles fronteras y temores ancestrales. Y un día, inesperado, cuando pasaron de soslayo por la luna no pudieron seguir; estaban atrapados. Los detuvo un prodigio similar: otros tentáculos que, una mañana de septiembre, descubrí aferrados a los míos.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Hermosas imagenes...me han inspirado.

Anónimo dijo...

Siempre es un placer leerte. Un manejo de la palabra muy poético, realmente inspirador.

SERGIO MÁRQUEZ dijo...

Excelente Humberto. Trapecistas cefalópodos. Bueno leer algo tuyo después de tantos negocios Chang. Salud.

Anónimo dijo...

Felicitaciones! No todas las personas tienen ese don y ese arte de transmitir a través de la palabra escrita...

Ernesto Schutz dijo...

Realmente excelente!!