Ah sí, aún faltaban algunos años para que el duque de Rocanegras se dejara ver con su brillo de mundo y hablara jactancioso de su línea piramidal de la belleza y de su abdomen sin raíz, cuando en 1916 se presentó en Caracas uno de los personajes más extravagantes que jamás vio la escueta capital venezolana.
Personajes singulares siempre ha habido en el orbe, y también en nuestras tierras. Recordemos en los tiempos de Crespo, al tristemente célebre Francisco Delpino y Lamas, famoso Chirulí del Guaire, sombrerero de profesión que escribió la singular serie de poemas Otra metamorfosis, y uno que otro verso libre como el nunca bien ponderado Impronta, que así decía:
Pájaro que vas volando
parado en tu rama verde;
pasó cazador, matóte;
¡más te valiera estar duerme!
No olvidemos a otro personaje también de los tiempos de Crespo (sobraban los locos en los tiempos de Crespo, ¿no?): Telmo Romero, Rasputín criollo, brujo amado por la señora de casa (ya van a pensar mal de misia Jacinta, caracho), que llegó a ser director de los hospitales de Caracas y del asilo mental de los Teques. Romero, que no estaba loco, pero sí sabía ser funambulesco, aseguró a su amo que podía curar la locura con remedios de su propia inventiva. Mantuvo aquel engaño hasta que a Crespo lo mataron en la Mata Carmelera; después, tuvo que salir corriendo (Telmo Romero; el muerto ya estaba muerto), porque los estudiantes, gente civilizada hasta que intentan hacerlos pasar por memos, querían lincharlo de tan mentiroso que era aquel señor.
De estos personajes tenemos un montón, muchos nacionales, otros venidos de afuera, como lo fue, digamos de una vez su nombre, Leopoldo Frégoli, relojero, fotógrafo, actor, cantante y pionero del cine, cuyo fregolígrafo fue su versión italiana del invento de los Lumière. Un hombre polifacético, sin duda, tanto que se dio a conocer principalmente como el más grande transformista de su tiempo. Y cuando digo transformista hablamos de un arte parateatral, no de un arte para-hombres-que-prefieren-ser-chicas-y-tal.
Frégoli, cabe destacar, no era un loco como Delpino y Lamas o un fraude como Romero. Digamos más bien que su especialidad era, justamente, la estafa y el fraude convertidos en arte. Proteo de su tiempo, Leopoldo Frégoli era uno y era todos, era hombre y mujer, el rey de los disfraces y las personificaciones, maestro de la mímica, la pantomima, la magia, la ventriloquia, el canto, la acrobacia; es decir, todas esas artes -parateatrales- que tienen que estudiar hoy día los actores de Broadway para que le den un papelito en alguna obra más o menos prestigiosa (o no); artes que sin duda, están tan cerca del engaño, que sus practicantes se me antojan estafadores traídos a la luz y convertidos en artistas.
Lo mismo hacía Frégoli de caballero con bigotes que de maleante contrahecho, dama respetable o damisela desahuciada, imitando con supremacía, como un Klaus Nomi de sus tiempos, la voz de una tiple ligera, de un tenor o de un barítono, hasta llegar a las notas más graves del bajo profundo, según decían las crónicas de su época; crónicas que también señalaban que Leopoldo Frégoli era “el primer hombre que hacía papeles de mujer sin asociar a ello ninguna forma vulgar o ridícula”, y agrego y para nada sospechosa, sólo por si acaso.
Cuenta la leyenda (forma elegante del chisme) que, siendo soldado, Frégoli formó parte de un grupo de teatro. Un día, algunos de sus compañeros se indispusieron (sólo eso sabemos, que se “indispusieron”), y ante su “indisposición” traducida en ausencia, Frégoli decidió interpretar los papeles de quienes faltaban. Al parecer lo hizo muy bien, y allí comenzó su carrera acelerada, precursora del Futurismo de Marinetti (lo digo en serio, no vayan a creer), pues durante sus escenificaciones, de un modo vertiginoso y sorpresivo, Frégoli cambiaba de voz, vestuario y registro convirtiéndose así en un personaje distinto cada vez. Decía con frecuencia: "El arte es vida, y la vida, transformación". Hasta por delante de Einstein estuvo el maestro, y esto también lo digo en serio, no crean que me burlo.
En fin, su gran talento le dio fama mundial, es decir, que gracias a éste, viajó por el mundo y le pagaron por ello, cosa que intentamos hacer muchos en nuestra vida, muriendo no en el intento, pero sí sin llegar a lograrlo, ni una vez. La psiquiatría acuñó el término Síndrome de Frégoli para definir un trastorno mental de tipo esquizoide. La cosa es más o menos así: un señor que sufre el síndrome de Frégoli, puede llegar a creer que su señora, no es su esposa, sino su hermano muerto hace algunos años, que ha reencarnado en ella. Cosas así. Por otro lado, la lengua italiana incorporó la palabra “fregonismo” para señalar una acción rápida o vertiginosa. Recordemos que en el español de Venezuela se utilizó “vitoqueado” para hablar del hombre bien vestido y emperifollado, en reminiscencia del gran Vito Modesto Franklin, duque de Rocanegras, Petronio de la Caracas gomecista.
Por cierto, quienes van al teatro hoy día y ven alguna escena donde se mezcla la actuación con imágenes proyectadas sobre el escenario, no piensen que están viendo algo nuevo. Frégoli lo hizo en su momento. Con su fregolígrafo proyectaba películas mudas, aderezadas con trucos de magia donde el corte “mágico” o truco de la “sustitución de imágenes” hacía desaparecer, aparecer o transformarse a los personajes y a las cosas (a Frégoli se le llamó “el Mélliès italiano”). Estas pequeñas obras fueron filmadas entre 1898 y 1899. Burla al marido, Frégoli en el restaurant, Frégoli el babero mágico, Frégoli prestidigitador y El maestro de música son algunos de los nombres de los cortos. Todavía en 1904 se sabe que los usaba.
De estos personajes tenemos un montón, muchos nacionales, otros venidos de afuera, como lo fue, digamos de una vez su nombre, Leopoldo Frégoli, relojero, fotógrafo, actor, cantante y pionero del cine, cuyo fregolígrafo fue su versión italiana del invento de los Lumière. Un hombre polifacético, sin duda, tanto que se dio a conocer principalmente como el más grande transformista de su tiempo. Y cuando digo transformista hablamos de un arte parateatral, no de un arte para-hombres-que-prefieren-ser-chicas-y-tal.
Frégoli, cabe destacar, no era un loco como Delpino y Lamas o un fraude como Romero. Digamos más bien que su especialidad era, justamente, la estafa y el fraude convertidos en arte. Proteo de su tiempo, Leopoldo Frégoli era uno y era todos, era hombre y mujer, el rey de los disfraces y las personificaciones, maestro de la mímica, la pantomima, la magia, la ventriloquia, el canto, la acrobacia; es decir, todas esas artes -parateatrales- que tienen que estudiar hoy día los actores de Broadway para que le den un papelito en alguna obra más o menos prestigiosa (o no); artes que sin duda, están tan cerca del engaño, que sus practicantes se me antojan estafadores traídos a la luz y convertidos en artistas.
Lo mismo hacía Frégoli de caballero con bigotes que de maleante contrahecho, dama respetable o damisela desahuciada, imitando con supremacía, como un Klaus Nomi de sus tiempos, la voz de una tiple ligera, de un tenor o de un barítono, hasta llegar a las notas más graves del bajo profundo, según decían las crónicas de su época; crónicas que también señalaban que Leopoldo Frégoli era “el primer hombre que hacía papeles de mujer sin asociar a ello ninguna forma vulgar o ridícula”, y agrego y para nada sospechosa, sólo por si acaso.
Cuenta la leyenda (forma elegante del chisme) que, siendo soldado, Frégoli formó parte de un grupo de teatro. Un día, algunos de sus compañeros se indispusieron (sólo eso sabemos, que se “indispusieron”), y ante su “indisposición” traducida en ausencia, Frégoli decidió interpretar los papeles de quienes faltaban. Al parecer lo hizo muy bien, y allí comenzó su carrera acelerada, precursora del Futurismo de Marinetti (lo digo en serio, no vayan a creer), pues durante sus escenificaciones, de un modo vertiginoso y sorpresivo, Frégoli cambiaba de voz, vestuario y registro convirtiéndose así en un personaje distinto cada vez. Decía con frecuencia: "El arte es vida, y la vida, transformación". Hasta por delante de Einstein estuvo el maestro, y esto también lo digo en serio, no crean que me burlo.
En fin, su gran talento le dio fama mundial, es decir, que gracias a éste, viajó por el mundo y le pagaron por ello, cosa que intentamos hacer muchos en nuestra vida, muriendo no en el intento, pero sí sin llegar a lograrlo, ni una vez. La psiquiatría acuñó el término Síndrome de Frégoli para definir un trastorno mental de tipo esquizoide. La cosa es más o menos así: un señor que sufre el síndrome de Frégoli, puede llegar a creer que su señora, no es su esposa, sino su hermano muerto hace algunos años, que ha reencarnado en ella. Cosas así. Por otro lado, la lengua italiana incorporó la palabra “fregonismo” para señalar una acción rápida o vertiginosa. Recordemos que en el español de Venezuela se utilizó “vitoqueado” para hablar del hombre bien vestido y emperifollado, en reminiscencia del gran Vito Modesto Franklin, duque de Rocanegras, Petronio de la Caracas gomecista.
Por cierto, quienes van al teatro hoy día y ven alguna escena donde se mezcla la actuación con imágenes proyectadas sobre el escenario, no piensen que están viendo algo nuevo. Frégoli lo hizo en su momento. Con su fregolígrafo proyectaba películas mudas, aderezadas con trucos de magia donde el corte “mágico” o truco de la “sustitución de imágenes” hacía desaparecer, aparecer o transformarse a los personajes y a las cosas (a Frégoli se le llamó “el Mélliès italiano”). Estas pequeñas obras fueron filmadas entre 1898 y 1899. Burla al marido, Frégoli en el restaurant, Frégoli el babero mágico, Frégoli prestidigitador y El maestro de música son algunos de los nombres de los cortos. Todavía en 1904 se sabe que los usaba.
Este personaje tan singular, hombre de vanguardia de su tiempo y que influyó en artistas como Joan Brossa, estuvo en Caracas en el año 1916, como ya dije, y disculpen la repetición, pero había que retomar el hilo.
El teatro era entonces una de las distracciones preferidas de los caraqueños. En marzo, la compañía de ópera de Américo Manzini había estrenado en el Municipal, La Favorita de Donizetti. El elenco contaba con estrellas extranjeras de primera línea, junto con un grupo de coristas y bailarinas de talento. Costaba seis bolívares la entrada a patio y palco y un bolívar la galería (“¡chúpate esa mandarina!”). Todo muy bien, todo como para asegurar el éxito, pero poca gente asistió a tan magna obra. ¿Por qué? Simplemente porque en el Teatro Caracas, conocido con el pomposo nombre de Coliseo de Veroes, comenzó el 11 de abril a presentarse Leopoldo Frégoli con las óperas Salamina y Las voladoras, y la revista de agitado movimiento en escena, Paris Concert, en la que Frégoli interpretaba a más de veinte personajes. (Quién sabe si Víctor Modesto Franklin llegó a verlo en aquella ocasión, y entonces se encendió en su mente alguna lumbre que años más tarde se vería reflejada en la excelsa figura de Rocanegras.)
Acerca de la actuación de Frégoli, el maestro Carlos Salas en Historia del teatro en Caracas cuenta que “el público quedaba asombrado cuando entraba por la puerta vestido de mujer, y salía por la otra trajeado de caballero, sin que se perdiera el hilo del diálogo o el dúo musical de la fantasía escénica.”
Este fue Leopoldo Frégoli, el Proteo del teatro, que llegó a Caracas y venció él solo, David de las tablas, al gran Goliat del teatro Municipal, con sus precios baratos y sus grandes artistas. El público, sin duda, ama el circo, y Frégoli, gran adelantado, profeta del pop, sabía dar el mejor circo de todos: ese que toca a las emociones, causa asombro y morbo y que, como Proteo, apunta directo al inconciente, hermanos ambos de las mil formas y del enigma. ¿Y no es acaso la historia de la humanidad una lucha para sacar a la luz, la oscuridad de afuera y la de adentro? ¿No es la historia del futuro una guerra contra los enigmas de la existencia? Quizás aquel transformista encantaba, porque su rareza era la expresión artística de una de las fibras más profundas del hombre.
Frégoli nació en Roma en 1867 y murió en 1936 en Viareggio, ciudad de la región de la Toscana, famosa por sus carnavales. Si alguno de ustedes se convierte en un afortunado viajero de estos tiempos inmundos, y llega a darse una vuelta por el cementerio de aquel lugar, por favor busque su tumba y revise si es verdad que en su epitafio dice:
El teatro era entonces una de las distracciones preferidas de los caraqueños. En marzo, la compañía de ópera de Américo Manzini había estrenado en el Municipal, La Favorita de Donizetti. El elenco contaba con estrellas extranjeras de primera línea, junto con un grupo de coristas y bailarinas de talento. Costaba seis bolívares la entrada a patio y palco y un bolívar la galería (“¡chúpate esa mandarina!”). Todo muy bien, todo como para asegurar el éxito, pero poca gente asistió a tan magna obra. ¿Por qué? Simplemente porque en el Teatro Caracas, conocido con el pomposo nombre de Coliseo de Veroes, comenzó el 11 de abril a presentarse Leopoldo Frégoli con las óperas Salamina y Las voladoras, y la revista de agitado movimiento en escena, Paris Concert, en la que Frégoli interpretaba a más de veinte personajes. (Quién sabe si Víctor Modesto Franklin llegó a verlo en aquella ocasión, y entonces se encendió en su mente alguna lumbre que años más tarde se vería reflejada en la excelsa figura de Rocanegras.)
Acerca de la actuación de Frégoli, el maestro Carlos Salas en Historia del teatro en Caracas cuenta que “el público quedaba asombrado cuando entraba por la puerta vestido de mujer, y salía por la otra trajeado de caballero, sin que se perdiera el hilo del diálogo o el dúo musical de la fantasía escénica.”
Este fue Leopoldo Frégoli, el Proteo del teatro, que llegó a Caracas y venció él solo, David de las tablas, al gran Goliat del teatro Municipal, con sus precios baratos y sus grandes artistas. El público, sin duda, ama el circo, y Frégoli, gran adelantado, profeta del pop, sabía dar el mejor circo de todos: ese que toca a las emociones, causa asombro y morbo y que, como Proteo, apunta directo al inconciente, hermanos ambos de las mil formas y del enigma. ¿Y no es acaso la historia de la humanidad una lucha para sacar a la luz, la oscuridad de afuera y la de adentro? ¿No es la historia del futuro una guerra contra los enigmas de la existencia? Quizás aquel transformista encantaba, porque su rareza era la expresión artística de una de las fibras más profundas del hombre.
Frégoli nació en Roma en 1867 y murió en 1936 en Viareggio, ciudad de la región de la Toscana, famosa por sus carnavales. Si alguno de ustedes se convierte en un afortunado viajero de estos tiempos inmundos, y llega a darse una vuelta por el cementerio de aquel lugar, por favor busque su tumba y revise si es verdad que en su epitafio dice:
“Aquí Leopoldo Frégoli llevó a cabo su última transformación.”
8 comentarios:
Fregoli, Leopoldo (Roma, 1867-Viareggio, 1936) Transformista italiano.
Iniciado como relojero, fotógrafo y prestidigitador, alcanzó gran éxito en representaciones en las que, en pocos minutos, cambiaba repetidamente de vestuario, de maquillaje y de voz.
Fue uno de los pioneros del cine: con su Fregoligraph dio a conocer el invento de los hermanos Lumière.
Es que leí tu texto y como nunca oi hablar de Frególi, ya no sabía si era ficción o realidad. Todo un personaje!
Además aprendí mucho. Creo que tengo el Síndrome Frególi, iré a consultar con un psiquiatra.
No, no estoy casada con un hermano muerto. Luego te cuento el diagnóstico
Saludos!
Qué maravilla, Fedosy
Estás armando el bestiario vernáculo.
Si por ahí anda Petipuá, metido en un ring y seguro que apostando, además, dónde anda Vito?
Besos
Es una vida tan fabulosa que parece de mentira
Frégoli: un talento protocriollo de exportación!!!
Santo patrono de las dragas y de los comerciantes proactivos
Me gusta tu estilo
Hace falta más gente como tu que escriba sobre nuestro país y recuerde otros personajes de la historia. Como tu dices, no todos son militares. Me gustó Rocasnegras.
Chaito
Fedosy, he imaginado unos Fetuccini a la Fregoli: cada nuevo ovillo de pasta enrollado sobre el tenedor revelaría un sabor distinto. Un bocado sabor a putanesca, otra bocado sabor a valdostana, luego un mordisco de pesto o de matricciana... ¡Bellísimo!
Qué belleza bróder. Más de un chef coronado morirá de la envidia y le saldrán pelos en los parpados y macarrones debajo de las uñas.
Salud
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