jueves, 16 de agosto de 2007

Destino del prestidigitador

Gustavo Valle


Las piezas estaban desperdigadas en el terreno baldío donde había un basurero. Yo venía de hacer mi número, caminaba rumbo a casa, y las miré como quien mira un espejo. Me agaché para recogerlas, eran unas doscientas, las metí en mis bolsillos y el resto las llevé en mis manos. Al llegar a casa las puse sobre la mesa, me serví un whisky y comencé a armar el rompecabezas.

Me di cuenta que muchas de las piezas eran de color oscuro, algunas con pintitas blancas y pensé: “un paisaje nocturno”. Fui juntando las piezas y la imagen que surgía era la de una escena urbana: la luz roja de un semáforo, las partes de un taxi (el letrero sobre el techo, una rueda). También la ventana iluminada de un edificio. Quise adivinar: “Nueva York, by night”. Pero pronto me di cuenta de que no era Nueva York.

Sabía que faltarían piezas y que no iba a poder completarlo. Pero igual insistí. Me serví otro whisky, y al cabo de dos horas armé todas las piezas que tenía. Al ver el resultado sentí un violento escalofrío: la imagen conformada era la del terreno baldío: la misma basura acumulada donde recogí las piezas. Sólo que a diferencia de la imagen real, a ésta le faltaban piezas, justo en el centro estaba hueco.

Me froté los ojos, pensé que había tomado demasiado (¿sólo dos whiskys?). Me puse la chaqueta y salí a toda prisa. Caminé por la calle en dirección al terreno baldío: “si busco bien podré encontrarlas”, me dije, y apuré el paso.

Cuando llegué había un mendigo abriendo bolsas y seleccionando desperdicios. Me acerque a él y le pregunté si había visto las piezas de un rompecabezas.

-Yo las tengo –dijo-. Y siguió hurgando entre la basura sin decir nada más.

-Puedo pagar por ellas –le advertí mientras sacaba mi billetera.

-No se venden, si quiere ármelas aquí mismo, pero las piezas me pertenecen.

El tipo parecía medio loco y yo, sin discutir, le dije que sí, que estaba de acuerdo. Entonces sacó de su bolsillo unas veinte piezas, las puso en mis manos y sobre un cartón sucio comencé a armar la parte que faltaba del rompecabezas.

A medida que armaba las piezas, la imagen de un cuerpo iba surgiendo. Primero la cabeza, luego el cuello, después la chaqueta arrugada. Era el cuerpo de un hombre encima de un montón de basura. En ese momento un taxi se detuvo frente al semáforo en rojo y el mendigo repentinamente salió corriendo. Del taxi bajaron dos tipos, pero yo continué armando el rompecabezas, me faltaba muy poco.

Escuché a los del taxi llamar a alguien a los gritos. También escuché una explosión, después otra, pero no hice caso. Al armar las últimas piezas de rojo intenso surgió la imagen de un charco de sangre. Estas fueron las últimas piezas que pude juntar antes de abrir la boca e intentar un grito. Sentí un dolor intenso: como si algo quemara mi pecho hasta atravesarlo. Luego caí encima de la basura, y desde allí pude ver la luz encendida del edificio de enfrente. Los tipos del taxi huyeron a toda prisa, mi cuerpo quedó paralizado, y ya no tuve fuerzas para moverme.

Después de un rato regresó el mendigo. Se acercó con cautela, caminando lentamente, mirando a los lados. Luego se agachó, hurgó entre la basura, y con sus manos sucias me agarró y me metió en su bolsillo. “Me pertenecen –susurró-, estas piezas me pertenecen”.

Desde entonces integro un rompecabezas al que le faltan piezas, a la espera de alguien que venga a completarlo. Yo, que hacía desparecer cosas en el escenario, he desparecido en un basurero. Ignoro si esta sea la venganza de aquellos objetos que he despachado bien lejos de este mundo. Por lo demás, y en honor a la verdad, vivir en el bolsillo de un mendigo no es tan terrible como se lo imagina.


7 comentarios:

Anónimo dijo...

No, no, señores, si convierten esto en una fiesta en el poliedro el asunto se pone chimbo y les dan gato por liebre.
Tampoco un circo es lugar para pendejaditas como esta que acabo de leer.

adriana bertorelli p. dijo...

gustavo, (y no es ni siquiera para contrarestar el comentario pendejo del tipo anterior si no porque confieso que no la había leído antes)esta historia me gusta mucho, mucho. eso de armar su propia muerte y vivir luego en el bolsillo de un mendigo, son imágenes de partida para miles de historias maravillosas, gracias.

Anónimo dijo...

Si uno no pensase que hay que conservar la sbuenas formas en los blogs te diría, pendeja serás tú, ya que así tratas mi amistoso comentario a los Chang, para que no conviertan esto en una arepera llena de moscas. Pero como conservo la sbuenas formas, sólo te digo Adriana que nuestras lecturas difieren. Y que hay que leer mucho, para no sorprenderse con cualquier triqui traqui literario.

Anónimo dijo...

Anónimo, está clarito que eres un patán.

Anónimo dijo...

Excelente este relato fantástico!!! Me dió un miedo horrible cuando el señor estaba armando el rompecabezas de su propia muerte. Deseé por un momento que no lo terminara de armar nunca, quise gritarle que no lo armara pero sabía que era un cuento. La verdad es que no entiendo lo que quiso decir el tipo sin nombre con triquitraqui literario.
Felicitaciones a Gustavo Valle!
Maria Teresa Vera Barnola.

Unknown dijo...

Pana, me encantó tu relato. ¿Cuándo regresas a Venezuela? Un abrazo

Anónimo dijo...

Verga, arrechísimo este cuento. Es mejor que Kafka. Yo ya no vuelvo a leer al Kafka. Ni a Faulkner...Nada, yo después de esto sólo me limito a releer este cuento insuperable y genial...es mejor que mi otro ídolo, Guillermo Morón.